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Porque amar y querer no es igual, la felicidad y alegría tampoco lo son

Hay conceptos que a pesar de ser similares y en muchas ocasiones son usados como sinónimos, en realidad no lo son. Por ejemplo, la alegría y la felicidad, aunque son sentimientos generados de manera similar en el cerebro, no son lo mismo, tienen características que los hacen diferentes.
Durante el Primer Congreso de Gestión Cultural del 2010 se decretó al 1 de agosto como el Día Mundial de la Alegría para reflexionar sobre la importancia de tener presente esa sensación y su poder transformador en cada momento de la vida de los seres humanos.
Una persona alegre es aquella sonriente, con tendencia a reírse. Según estudios en sicología, la capacidad de sentir alegría es una actitud importante para superar situaciones difíciles en la vida.
La alegría es una emoción momentánea y espontánea, la respuesta a una situación externa o interna que hace sentir bien y que se manifiesta con euforia, risas o miradas que brillan, tiene una duración máxima de algunas semanas, pero su permanencia puede desencadenar la felicidad.
Desde la antigüedad y hasta la fecha, se ha considerado a la felicidad como un estado de grata satisfacción física, manifestado de distintas maneras y, al ser subjetiva, puede producirse por un sinfín de causas, pero en general se vincula con la motivación y el bienestar.
Diversas disciplinas se han encargado de explicar este término, por ejemplo, desde el enfoque filosófico, Sócrates planteó que la sabiduría y el conocimiento guiarían a los individuos por el camino correcto a alcanzar la felicidad, pero con el trascurrir de los años y desde la perspectiva histórica, cultural y social, su definición ha tomado un sentido más subjetivo y propio en cada individuo.
La sicología también se ha esforzado en definir a la felicidad y en la década de 1930, Abraham Maslow identificó las necesidades básicas del individuo y a medida que van siendo satisfechas, surgen otras de un nivel superior o mejor, hasta llegar a una cúspide de plena felicidad, llamándole a esta jerarquía, la Pirámide de Maslow.
La ciencia explica la felicidad
Dice Luca Pani, siquiatra especialista en neurofarmacología, que tratar de ser feliz es un mecanismo evolutivo impreso en los genes, sin este no se podría sobrevivir, por el hecho de que la búsqueda de alimentos y el proceso de reproducción son de las actividades esenciales a la sobrevivencia que están relacionadas con el placer y la felicidad.
Estudiar directamente el proceso que origina la alegría y por ende la felicidad, aún es complicado, pero se puede abordar desde estados contrarios como la depresión, donde ocurre un desbalance entre sistemas. Por un lado, el individuo no entiende qué le genera placer y por el otro, no percibe lo que le hace sufrir.
El estudio de la formación y función de redes neuronales, así como los defectos que les afectan y resultan en el desarrollo de condiciones neuropatológicas como las adicciones, permite entender cómo es que surge la alegría; en este sentido, la felicidad es reforzar la búsqueda de eventos no nocivos, es un proceso neuroquímico que se puede estudiar desde dos sistemas cerebrales interconectados: el límbico y el extrapiramidal.
En el primero, que conforma las zonas del cerebro encargadas de regular las emociones, se liberan determinados neurotransmisores. Mientras que, en el sistema extrapiramidal el núcleo accumbens (la región de nuestro cerebro que clasifica las sensaciones que percibimos) se encarga de las conductas racionales pues es la parte que ayuda en la toma de decisiones conscientes con un objetivo fijo.
Así, en ambos sistemas de control de la felicidad se originan los neurotransmisores, aquellas sustancias químicas que genera el cerebro y que se encargan de transmitir las señales de una neurona a otra, siendo la mayoría de tipo excitatorio o inhibitorio.
Pero solo el dos por ciento de las neuronas secretan neurotransmisores que influyen directamente en la felicidad: la dopamina, norepinefrina y la serotonina.
La producción de estas sustancias químicas permite modular los otros circuitos, pero pueden ser influidos por respuestas neuroendocrinas, tal es el caso del estrés, un elemento que perturba la felicidad y que produce hormonas como el cortisol que tiene la función de disminuir la secreción de norepinefrina y serotonina.
En el caso de la depresión, los circuitos sufren un desbalance donde la dopamina, norepinefrina y serotonina, que se encuentran ligados, tienen una baja importante.
Se han analizado alimentos que al ingerirse generan felicidad. Por ejemplo, pavo, plátano, garbanzo y algunos quesos ricos en triptófano y tirosina pues ayudan a producir más neurotransmisores y hacen que su disponibilidad esté en aumento.
También hay actividades que hacen sentir al cerebro más feliz, pues ayudan a lograr un grado de satisfacción, tales como caminar al aire libre, hacer ejercicio, escuchar música, comer, bailar, asistir a un concierto o reunirse con amigos.
Es importante señalar que si bien, el proceso que origina la alegría puede desencadenarse como el de la felicidad, los términos no significan lo mismo.
La diferencia radica en su duración, mientras la primera es un estado emocional que causa un efecto permanente y estable, con sinónimo de prosperidad o dicha; la segunda es una emoción súbita, cuya duración es proporcional a lo que dura el estímulo o el tiempo que se piensa en él, sinónimo de júbilo o gozo.
La felicidad es un sentimiento que depende de la actitud que se tome en la vida para alcanzarla y de los objetivos de vida planteados por nuestras asociaciones mentales y nuestras experiencias personales.
Un estado universal
Las personas siguen una curva de la felicidad que tiene forma de U, principalmente en los países de Europa y Estados Unidos, donde la felicidad es más alta en la juventud, disminuye entre los 30-40 años y aumenta después de los 50, debido a los niveles económicos y la construcción social.
Mientras que en México existe una estabilidad a lo largo de toda la vida, pues la estructura familiar es un factor importante en el desarrollo de esta búsqueda.
Cada año se publica el Informe Mundial sobre la Felicidad, una encuesta histórica sobre el estado de bienestar mundial que clasifica a 146 países según el grado de satisfacción que sus ciudadanos perciben en sí mismos.
La última edición de este Informe clasifica a Finlandia como el país más feliz, seguida por Dinamarca, y en el lugar número 46 se encuentra México.
Por: Salma Rivera Vázquez

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