La pandemia de coronavirus no sólo ha puesto patas arriba las sociedades y los sistemas sanitarios de multitud de países, sino también la ciencia. Este sistema de conocimientos, acostumbrado al ritmo lento que dicta el método científico, se ha visto envuelto en una espiral de enormes y urgentes demandas por parte del mundo.
La ciencia se ha convertido en un potencial rescatador frente al coronavirus cuya parsimonia y pasos en falso desespera a las personas que desconocen su funcionamiento.
De estar acostumbrada a exponerse a los focos mediáticos principalmente por sus logros y éxitos, la ciencia ha pasado a recibir una constante atención mediática que no sólo saca a la luz sus avances, sino también sus tropiezos.
Se trata de la ciencia vista en una especie de “en vivo y en directo”, alejada de su grandilocuencia y su pose distinguida en las ocasiones especiales.
Así, la evolución de las afirmaciones científicas según van apareciendo nuevos datos se percibe como una señal de debilidad o, incluso, de falta de fiabilidad, cuando, en realidad, la principal fortaleza de la ciencia es su capacidad para autocorregirse y alejarse de dogmas infalibles e inamovibles.
Mientras infinidad de personas depositan sus esperanzas en la ciencia para solucionar esta pandemia y los medios de comunicación le dan una cobertura informativa sin precedentes, los científicos se enfrentan a un virus nuevo repleto de incógnitas con unas prisas extraordinarias que han afectado a su funcionamiento en múltiples niveles.
La urgencia de los investigadores por compartir cuanto antes a sus colegas nuevos hallazgos sobre el coronavirus y la COVID-19 ha potenciado el uso de repositorios biomédicos como bioRxiv o medRxiv.
En estas plataformas gratuitas se suben manuscritos sin revisar por otros científicos, un proceso fundamental que deben pasar los artículos para aparecer en las revistas científicas.
Este procedimiento de revisión puede tardar semanas, meses e incluso más de un año, según la velocidad de los revisores y las correcciones que se realicen en el artículo.
Los repositorios son una forma provisional de difundir datos entre científicos, antes de que lleguen a publicarse en las revistas, para informar rápidamente a otros grupos de investigación sobre qué se ha observado o qué tratamientos parecen funcionar o no.
Algunos de estos artículos atraen la atención de diversos medios de comunicación por sus resultados llamativos y llegan hasta la población general, pero no han sido comprobados o respaldados.
Fue lo que pasó cuando varios periódicos “informaron” de que el coronavirus tenía secuencias del VIH o que se había descubierto hace meses una cepa más letal.
También,, recientemente, la dexametasona ha saltado a los medios de comunicación de todo el mundo por sus aparentes resultados beneficiosos para los pacientes más graves de COVID-19 que sufren tormenta de citoquinas.
Los resultados preliminares del ensayo clínico RECOVERY de la Universidad de Oxford se difundieron como nota de prensa hace unos días, a pesar de que estos no se habían publicado en ningún lugar para que pudieran pasar por el escrutinio de los científicos.
Aunque la intención en este caso es noble y se busca mostrar cuanto antes a la comunidad médica resultados positivos de tratamientos, saltarse los pasos habituales de la ciencia implica mayores riesgos.
Es sólo el último y llamativo reflejo de la situación que está viviendo la ciencia, que tiene que elegir entre la urgencia y la prudencia para enfrentarse a la peor crisis sanitaria del siglo. (Sinembargo.mx)