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Breve reconocimiento a don Antonio Alamilla, de Valladolid, Yucatán

La otra vez que se me ponchó una llanta

Por Rigel Solís

Un día se me ponchó una llanta del coche, aquí, frente a la casa, nada más había ido a la agencia por una promoción y de vuelta la llanta estaba inservible. Una llantera por acá, pensé, y es que no conozco mucho pues apenas voy para medio año habitando la hermosa y heroica ciudad y pueblo mágico de Valladolid de Iturralde Traconis, antigua urbe maya de Zací.

Otra de las dichas de habitar el Barrio de Sisal es que en él se halla el taller Multiservicio Automotriz Patrón, que, como en su denominación indica, se dedica prácticamente a todo lo relacionado con los mantenimientos de los automóviles.

Me cuentan que doña Francisca Alamilla llegó a Valladolid proveniente de Sotuta, que fue cocinera en el auge de los chicleros y que establecería su familia y posterior legado en el cuarto de manzana de tan emblemático barrio, que con el tiempo y hasta la actualidad establecería una tienda.

Ahí, en 1949 nacería su hijo Antonio, mismo que llevaría su apellido y de quien desciende la Maestra Lolina Guadalupe, quien esto me cuenta, así como los hermanos Patricia Georgina, Karla Verónica y Jesús Carlos.

Lolina recuerda a su papá felizmente contando sus pequeñas historias y se le iluminan los ojos cuando trata de relatar su gran Historia. Antonio era niño cuando doña Francisca fallece, así que tiene que crecer con sus hermanos Felícitas y Rogelio. Siendo apenas muchacho, enamora a quien sería su esposa, Guadalupe del Carmen Vivas Marfil, quienes muy jóvenes deciden iniciar una vida juntos y le da por primera hija a quien esto me relata.

Don Carlitos, qué sepa la bola porqué le decían así a don Antonio, tuvo entre sus actividades laborales el ser empleado del hotel María de la Luz y posteriormente de la Llantera de Alcocer, de quien fuera otro de los pioneros de esta ciudad, don Juan Alcocer, que también fuera dueño de la gasolinera del mismo apellido.

Y uno pensando en que un día se me ponchó una llanta. Don Antonio pasó a ser administrador de la Llantera de Alcocer con el esmero cual si el negocio fuera suyo, empeño y dedicación que aquel dueño reconoció y admiró al punto de tener que correr al llantero administrador para incentivarlo a emprender su propia empresa, época en la que no había auge y competencia, gesto que deja ver aquella visión de que el sol sale para todos y que hoy en día en el que muchos de quienes compiten con el codo en la costilla ajena no saben ver.

Don Antonio quiso irse a Quintana Roo con la liquidación en la bolsa a cumplir el sueño cancunense, pero ¿qué es un hombre sin la sabia motivación y dirección de una mujer con talento y visión? De tal destino que con ése efectivo adquiere un terreno y funda Tecnillantas Santa Ana. Y así, don Carlitos se dedica al taller, a su casa y a comer; ah, cómo le gustaban los panuchos a don Antonio.

Y comía y comía de todo y luego la diabetes y alguien le dijo que la insulina le permitiría comer de todo y todo fue saliendo mal.

Primero fue la visión de un ojo la que se fue, cosas de la presión, de pronto una neumonía de quince días que lo induce al estado de coma, sin embargo, y para bien y felicidad regresa al cien de sus facultades y recuerdos., cual reseteo dirían hoy.

Y es que llega el punto en que todo se complica, llega la pérdida total de la visión, el asunto del azúcar y la necesidad de la mentada y dolorosa diálisis. Con aquello la vida ya no es vida, si me voy a morir déjenme morir con mis panuchos y comiendo lo que quiera, decía don Antonio.

De repente suena un redoble de batería y en seguida un dueto de Angélica María y Cesar Costa: te quiero, yo también; te espero ver, mi bien; y juntos hasta el fin sin temor de amar; un día te juré, yo siempre de amaré; e imagino a don Carlitos, que así le decían a don Antonio, abuelito materno del Ingeniero Jesús Antonio (quien de ahí heredase el gusto por los autos y la reparación de éstos) entre discos de vinil en su casa de la esquina de las calles 45 por 54 del Barrio de Sisal, donde un día se me ponchó una llanta, y yo pensé en un llantero y fui a unos metros a un taller. Pero esa es otra historia.

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