Hasta antes del 28 de febrero del 2020, el coronavirus era un problema del resto de los países. La Secretaría de Salud (SSA) había realizado un par de conferencias al respecto y cada noche enviaba un comunicado informando que en México había cero casos detectados del virus proveniente de Wuhan, China.
Pero llegó ese último viernes de febrero y de “cero” se pasó a “dos” casos positivos de COVID-19. Un año después, el costo de la pandemia ha sido alto: familias destruidas, médicos agotados, negocios en quiebra, pérdida de empleo y más recientemente, acaparamiento de vacunas y escasez de éstas.
Al 28 de febrero de 2021 se estiman 2 millones 052 mil 266 casos acumulados de personas contagiadas y 181 mil 809 defunciones. Las cifras son una aproximación de la SSA, ya que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) informó que entre enero y agosto del 2020 murieron 108 mil personas, lo que sería 45 por ciento más de lo reportado en ese momento. La razón: el 58 por ciento de las víctimas falleció en su casa.
El primer caso registrado en México fue un hombre de 35 años, de la Ciudad de México, que viajó al norte de Italia, en esos momentos uno de los países más afectados por la COVID-19. El segundo contagio también correspondió a un hombre, quien fue aislado en Sinaloa.
Hugo López-Gatell, Subsecretario para la Prevención y Promoción de la Salud, comenzó a informar durante los primeros días de la pandemia sobre lo que serían las reglas generales: lavarse constantemente las manos con agua y jabón o con gel antibacterial; al estornudar cubrirse la boca con el ángulo interno del codo; al saludar, evitar dar la mano, besos o abrazos.
“Mantengámonos con un saldo fraterno y amigable, que nos ayude a ser solidarios y hermanos como sociedad, pero no nos demos la mano. Por el momento tampoco nos demos besos ni abrazos. Por el momento eso nos va a ayudar disminuir la transmisión”, dijo ese día en conferencia.
La magnitud del problema aún no se lograba vislumbrar en esa primera etapa. Como ejemplo está la propaganda que la Comisión Nacional del Deporte (Conade) difundió en marzo, en donde aseguraba que la COVID-19 no era una situación de emergencia, que no había razón de cancelar actividades públicas y que la enfermedad no era grave.
Con el paso de las semanas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) comenzó a alertar que la enfermedad afectaba más a las personas adultas mayores; que no era una especie de gripa o influenza, sino que era un virus que afectaba varias áreas del cuerpo; que para salvar a los casos severos sería necesario intubar; que había quienes no podrían hacerle frente; habló de secuelas y advirtió que la inmunidad no está asegurada.
A la par salieron las medidas para prevenir el contagio. Lo primero fue mandar a quienes pudieran al resguardo voluntario, pero eso provocó las compras de pánico. Comenzó la batalla por las mascarillas, por los desinfectantes en aerosol y el gel antibacterial. El personal de los supermercados no se dio abasto en esos días, no paraban de acomodar productos y alimentos en los anaqueles durante todo el día.
Así pasaron las semanas en esa “cuarentena extendida”. Los contagios iban en aumento y la capacidad hospitalaria tambaleaba.
Un año después se cuentan ya con algunos balances del saldo de la pandemia, pero como se pudo advertir con los datos del Inegi frente a los de la Secretaría de Salud, las cifras reales saldrán a flote con el tiempo. (SInembargo.mx)