En diciembre de 2010, la NASA generó grandes expectativas al convocar a una conferencia de prensa anunciada como una revelación que cambiaría la búsqueda de vida extraterrestre. Los titulares en todo el mundo apuntaban hacia un posible descubrimiento sin precedentes: la confirmación de que no estamos solos en el universo. Sin embargo, lo que se presentó aquel 2 de diciembre resultó ser más un avance sorprendente para la ciencia terrestre que un contacto directo con alienígenas.
El hallazgo de un microorganismo capaz de utilizar arsénico en su ADN redefinió los límites de lo que entendemos por vida, pero también dejó a muchos con la sensación de que la gran revelación extraterrestre se había quedado corta.
La Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio (NASA) de Estados Unidos dio a conocer que haría un descubrimiento astrobiológico que podría probar la teoría de que sí existe vida extraterrestre. El hallazgo sería presentado en una rueda de prensa en la sede de la NASA en Washington por expertos en astrobiología, ciencia descrita como la encargada de estudiar el origen, evolución, distribución y futuro de la vida en el Universo.
Imagen futurista de un laboratorio de astrobiología de la NASA, con un científico observando muestras en un microscopio. Al fondo, una pantalla digital muestra un paisaje extraterrestre y estructuras que representan microorganismos alienígenas, destacando la búsqueda de vida en ambientes extremos y la investigación en entornos hostiles del espacio exterior.
Al citar a la prensa, la NASA aseguró que presentaría «un hallazgo que causará impacto en la búsqueda de vida extraterrestre», lo que suscitó especulaciones de expertos de otros países. El descubrimiento podría demostrar la teoría de que existen criaturas a la par nuestro y en ambientes hostiles que se pensaban inhabitables, y pondrían en la mesa la posibilidad de que se conviertan en seres inteligentes como los humanos si mejoran las condiciones en que viven.
Pero se trataba de un microbio que fue encontrado en el fondo del Mono Lake en el Parque Nacional Yosemite, California, donde vivía en un ambiente que se pensaba demasiado venenoso para cualquier forma de vida, ya que el lago es rico en arsénico. De alguna manera, la criatura utiliza el arsénico como una manera de sobrevivir y de esta capacidad aumenta la posibilidad de que vida similar pudiera existir en otros planetas, que no tienen nuestra atmósfera benévola.
Según astrobiólogos, si estos organismos utilizan el arsénico en su metabolismo, quedaría demostrado que «sí hay otra forma de vida, una segunda forma de vida, diferente a la que conocemos».